Poco se sabe de la tragedia de los romaníes y los sinti durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron asesinados por decenas, centenares y miles; en campos de concentración, al borde de fosas comunes y al borde de las carreteras, a culatazos, martillazos o con gas.
El silencio los rodea. Durante años existieron, y siguen existiendo, al margen de la sociedad, pero sobrevivieron y conservan su memoria y sus cicatrices como pruebas del sufrimiento que han pasado. En un mundo donde el fascismo vuelve a imponerse, son uno de los últimos testigos vivos del Holocausto. Continuan viviendo con una marca en la cabeza, una huella del pasado.
Poco se sabe de la tragedia de los romaníes y los sinti durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron asesinados por decenas, centenares y miles; en campos de concentración, al borde de fosas comunes y al borde de las carreteras, a culatazos, martillazos o con gas.
El silencio los rodea. Durante años existieron, y siguen existiendo, al margen de la sociedad, pero sobrevivieron y conservan su memoria y sus cicatrices como pruebas del sufrimiento que han pasado. En un mundo donde el fascismo vuelve a imponerse, son uno de los últimos testigos vivos del Holocausto. Continuan viviendo con una marca en la cabeza, una huella del pasado.